Ya desde el título, Brazos,
piernas, cielo, hay una alusión
doble, a lo anatómico y a lo elevado y espiritual. Una posición de nominar, de
darle un sentido a las cosas desde lo que las nombra. Una poesía que se siente
desgajada y fuera de arquetipos, que circula por lo fragmentario, y lo enumerativo.
Piezas de encaje que se exponen para ser articuladas y para que quien las lea
las reconstruya y una individualmente.
Ignoro si casualmente -y casi
como una contradicción-, el libro comienza con un descenso, a la franqueza de
una aceptación de lo mortal y lo efímero:
desde el
principio lo sabes
vas a
caer
la luz
el
paisaje
dejan de
importar
En la página 28 vuelve a incidir
en ello. Su voz es un temblor fijado al detalle. Se advierte entre poemas una
continuidad: un hilo de funambulista.
perdido el equilibrio
queda la tierra
bajo mis costillas
el verano era mi casa
diré antes de caer
Hay en Brazos,
piernas, cielo poemas que parecen
postales y textos breves dominados por la imagen, como éste, que se asemeja a
un haiku:
el tiempo
posa los pájaros negros
en las
últimas antenas
ningún
sol
es capaz
de evaporarlos
Sabe cortar. Elegir y
seleccionar, reducir. Hacer pausas. Su poesía es el arte de decir y no decir.
Potencial evocativo. De mencionar. De señalar. Hay en todo ello una apuesta por
la elipsis, por saber, como diría Castilla del Pino, qué no
leer.
Mediante un lenguaje minimalista
y una serie de figuras poéticas recurrentes (pájaros, cielo) evoca sutilmente
los temas más personalísimos. Isabel Bono es una lectora de sentimientos. Una
amiga de la cotidianidad pasada por el diorama de la ironía, como en este
verso: se acumula el trabajo de pasear más juntos y doloridos que nunca (página 21)
He advertido y subrayado algún
que otro aforismo, que aprovecho para aislar y traer aquí:
entretener
el miedo / se convierte en superstición
Brazos,
piernas, cielo carece de aditivos.
Les ha quitado todo lo que sobra. Esa esencialidad casa con su poética. Los
poemas están desnudos, como descubriendo las dimensiones del
cielo. La intensidad aquí
se acompaña de brevedad. La poeta se ha vaciado.
Una maravillosa portada (de
Luciano lozano) acompaña a la ya de por sí estupenda y pulcra edición de Baile
del sol. Una mujer con forma de jaula abierta, de la que se liberan unas
cometas. Todo un acierto.
Isabel bono es una poeta
prolífica, franca, dinámica. Hace libros contundentes -a pesar de su aparente
fragilidad- para salvar al mundo. Decía De Quincey que él tenía que saber lo
que era la felicidad. Yo le contestaría que una primera lectura siempre sabe a
poco.